El vehículo campero llego desesperado
para llevar al mancebo a la ciudad que lo haría bachiller, posiblemente hombre
de letras para regresar borracho con un nuevo apellido. La noche anterior
habían pasado juntos con sus otros dos amigos que hacían parte del cuarteto
compinche de la luna. Hubo prisa para subir las dos maletas y un fino estuche
con viandas para el recorrido. No querían lágrimas sobre las hojas que el otoño
había soltado por el camino carreteable que conducía a la hacienda en donde en
grupo tejieron ilusiones y leyendas que fueron olvidadas por los nuevos cantos
y música que llenaron las tarimas y escenarios sin talento.
A las 9.00 de la mañana el día se hizo
tarde, una nube grisácea estaba apostada sobre el azul firmamento lanzando penas
y congojas sobre la fina piel de los adolescentes que contenían la respiración
porque sus ancestros les habían prohibido llorar a los varones en las carretas
que dejan huella sobre los verdes pinos que se tornaban crueles como látigo que
deja a varios heridos. Allí estaban cerca los obreros con sus pesados troncos
que llevaban en su espalda y no les permitía enterarse de la tragedia que los
cuatro enamorados inexpertos padecían. Ellos no se atrevieron a mirar el
alboroto que estaba formando el aire de los amigos ni la brisa tormentosa que
recorría las venas de los audaces que se hacían cruces para no aceptar la
realidad que los hizo trisas como cenizas al dejar salir al lirio que los entretenía
y los hacia resplandecer de dicha porque estremecía sus corazones y sus curvas tejían
lágrimas al saber que jamás volverían a tocar sus caderas.
El protagonista guardo silencio, no
entendió porque debía partir a tierras lejanas para empezar de nuevo
construyendo nidos y acariciando paisajes desconocidos en el horizonte que
aunque hermoso a los ojos humanos también sembraba congoja, cada árbol traía consigo
recuerdos y cada hoja el idilio de repetir la mirada profunda que deja a quien se
acerca en temporada. El sol estaba muy atento a las miradas como fiel testigo
de la última amapola en el romance. Todos bajaron la cabeza para despedirse de
la tierra que los sostenía entre manos silenciosas y labios acomplejados. El
motor del carro encendió su marcha, una ruana nueva confeccionada con lana
virgen de oveja blanca, cubrió el delicado cuerpo del muchacho que con sigilo
se despedía para siempre de sus andanzas aunque en su mente estaría eterno su remembranza.
Los doncellos no se abrazaron
simplemente clavaron sus ojos grandes sobre la hermosa silueta que logro
formarse debajo de la palma de coco que estaba sembrada muy cerca a los laureles
que alguien había sembrado cambiando de lugar la semilla que habían traído de
una montaña alta. El viaje sería de 24 horas por autopistas y caminos
destartalados. Él se imaginaba la aventura como nidos entre galaxias y para
siempre como muerte de ruiseñor gigante. Se sentó cómodamente en la parte
delantera del automotor como para no clavar la vista en la cruel despedida y se
puso un sombrero sobre su cabeza para disimular que lloraba gotas de sangre al
separarse. Su corazón quedo partido y se entrecruzaron los sentimientos. No
pudo resistir componer una nota con algunas penas y creyó aumentar su memoria
para no olvidar cada golondrina.
¡Todo está listo dijo quién iba al
volante! Las llantas del campero se movieron como docena de caballos con sus
jinetes que giran sobre la pradera desconocida tejiendo una danza. No hubo
música al instante porque había dentro de los corazones una melodía que
irradiaba melancolía como para idiotizar al intrépido que había aceptado el
viaje por las críticas que surgieron después de haber encontrado algunas cartas
y secretos. El ave gigante y tierna alzo vuelo entre los espesos matorrales y
precipicios que estaban al lado y lado de la autopista con sus sobresaltados
árboles y bosques que aún existen. La retirada fue cruel y desde ese instante
jamás se volverían a ver y la usencia seria de por vida.
Sus aliados nunca lo alcanzarían, el
vuelo del cóndor lo llevaría a nuevos parajes sin musgos ni aguas cristalinas
de esas quebradas donde jugaron en aquellos días para disimular que nadando
escondían las picardías y los amoríos que todos guardaban queriendo repetir a
cada instante sus caricias. Los adultos se hacían los inocentes para poder esclavizar
a los infantes que aun obedecían las contradictorias normas de la farsa social
que habían montado. Todos llevaban doble vida, eran tan hipócritas que iban a
un raído templo que ni siquiera tenía puerta de santidad. Durante el viaje
guardo silencio, cerró por varias horas sus ojos para imaginar que era un sueño
o una mentira la odisea que estaba viviendo por no tener la edad para independizarse
ni el coraje para enfrentar a quienes conducían la enseñanza aprendizaje de la
mentira. Cada minuto el vehículo aumentaba la velocidad, el intrépido conductor
que iba al volante creía ir sobre una nave invencible olvidando que las
maquinas también traicionan a quienes creen que están sobre la verdad.
Por
fin recordó besos y abrazos que aún estaban tibios sobre su armonía y una
sonrisa burlesca aclaro el medio día cuando quien manejaba el automotor dijo
que era hora del almuerzo. El joven bajo del carro lentamente, se paró junto a
los abetos que estaban como floreros adornando el paisaje que lucía la
temporada, lanzo un suspiro silencioso para no herir el corazón partido y en
sollozo, ingreso al recinto para decir que no tenía hambre. La hermosa mesera
lo miro de frente, le sonrió exclamando que en la cocina tenía algo fresco para
ofrecerle, le mostro la carta que el no quiso leer porque sus deseos estaban en
la distancia. La hermosa niña le siguió insistiendo pero sus oídos estaban
sordos, las caderas de la doncella no lo hicieron responder al apetito y
simplemente le dijo que le diera un vaso con agua mientras escogía el
reemplazo. Acepto comer una vianda que traía consigo como para imaginarse que
otros estaban con él. El conductor de nuevo insistió que debían continuar el
viaje, su mirada estuvo fija al contrario de la vía, creyó ver muy cerca a esa
realidad que abandonaba a quien logro esclarecer la duda y poner un lirio de
oro sobre el girasol dormido que despertó aceptando la realidad que nada tiene
que ver con pensamientos de ilusos filósofos.
Dos
horas más tarde lloro en silencio, sus lágrimas fueron secadas por el recuerdo
y un pañuelo invisible guardo los restos que aún permanecen húmedos bajo un
brillante sol que no logro calentar la dorada tela. Su llanto estremeció el
minuto mientras los segundos seguían atormentando la despedida. Al entrar la
noche llegaron por fin a la casona que sería su nueva morada. El saludo en
medio de la tristeza a quienes lo abrazaban como un desconocido, sin saber
estaba a doce horas de distancia de aquel primer recorrido. El edecán de la
nueva familia le dijo que allí a casi once horas de distancia, esperaban que se
quedara varios años, para empezar una nueva odisea entre los estudios y el
silencio de un pueblo que solo las campanas rompían con el sigilo porque no había
intrépidos en los parques ni laureles en las esquinas.
El
frio amenazaba la alegría lesionando la fiesta sin temporada. En su primera
noche escribió un verso con suspiros, al mirar el reloj en la pared comprendió
que no había dormido. Las imágenes llegaban arrullando la soledad que sintió en
sus venas, pensó que no debía haber nacido. La matrona lo fue a llamar al
llegar la nueva mañana y traía en sus manos un mapa para que conociera la
sabana. Su estómago solo sentía sed de otra cosa menos de agua y su corazón palpitaba
de agonía en su pena. Tres días duraron sus lágrimas, varios meses sus suspiros
y todo el tiempo quiso volver a su plantío. No fue fácil acostumbrase a lo
cotidiano de ese pueblo ni a los blancuzcos salones que se pintaban para
conocer la limpieza de la paredes y los mismos paralizaron sus coqueteos porque
no hubo una nueva brisa ni vientos que hicieran mover las hojas adolescentes
que saltaban dentro para poder regresar a la conquista de sus añoranzas.
A
los cuatro años regreso con su diploma a la hacienda de sus lirios, camino
aquellos parajes contemplando los claveles que aun brotaban sin necesidad de
cultivo. No encontró los arrendajos que acostumbraban a pararse sobre las acacias
y escucho un fino sonido del turpial que alimento en sus ratos de ocio y
rutina. Sus padres le mostraron el nuevo rumbo con varios tiquetes para viajar fuera
de la nación de origen para especializarse al gusto de su progenitor que se creía
propietario aun de las decisiones de su hijo.
No
acepto consejos de sus viejos, cambio la rutina por una nueva y gran ciudad al
conocer que los aliados del pasado allí ya no estaban, sus amores habían tomado
otros rumbos a nuevas tierras. Busco entre los recuerdos, por última vez lloro sus fantasías para
un final que se hizo cruel como despedida con la luna. Tuvo que conformarse con
observar algunas fotografías que guardaban los otros críos. Sus amigos y
compinches de infancia también lejos habían partido. Nunca más se volvieron a
ver, aun las comunicaciones estaban en cavernas oscuras. Los adultos eran expertos
en mentir y montaban cada día una nueva farsa que el desprecio al salir de nuevo
de ese paraje para nunca volver y dejo todo en su memoria pero en el olvido.