domingo, 4 de enero de 2015

Quiero Quedarme

Por Leomas


El vehículo campero llego desesperado para llevar al mancebo a la ciudad que lo haría bachiller, posiblemente hombre de letras para regresar borracho con un nuevo apellido. La noche anterior habían pasado juntos con sus otros dos amigos que hacían parte del cuarteto compinche de la luna. Hubo prisa para subir las dos maletas y un fino estuche con viandas para el recorrido. No querían lágrimas sobre las hojas que el otoño había soltado por el camino carreteable que conducía a la hacienda en donde en grupo tejieron ilusiones y leyendas que fueron olvidadas por los nuevos cantos y música que llenaron las tarimas y escenarios sin talento.



A las 9.00 de la mañana el día se hizo tarde, una nube grisácea estaba apostada sobre el azul firmamento lanzando penas y congojas sobre la fina piel de los adolescentes que contenían la respiración porque sus ancestros les habían prohibido llorar a los varones en las carretas que dejan huella sobre los verdes pinos que se tornaban crueles como látigo que deja a varios heridos. Allí estaban cerca los obreros con sus pesados troncos que llevaban en su espalda y no les permitía enterarse de la tragedia que los cuatro enamorados inexpertos padecían. Ellos no se atrevieron a mirar el alboroto que estaba formando el aire de los amigos ni la brisa tormentosa que recorría las venas de los audaces que se hacían cruces para no aceptar la realidad que los hizo trisas como cenizas al dejar salir al lirio que los entretenía y los hacia resplandecer de dicha porque estremecía sus corazones y sus curvas tejían lágrimas al saber que jamás volverían a tocar sus caderas.



El protagonista guardo silencio, no entendió porque debía partir a tierras lejanas para empezar de nuevo construyendo nidos y acariciando paisajes desconocidos en el horizonte que aunque hermoso a los ojos humanos también sembraba congoja, cada árbol traía consigo recuerdos y cada hoja el idilio de repetir la mirada profunda que deja a quien se acerca en temporada. El sol estaba muy atento a las miradas como fiel testigo de la última amapola en el romance. Todos bajaron la cabeza para despedirse de la tierra que los sostenía entre manos silenciosas y labios acomplejados. El motor del carro encendió su marcha, una ruana nueva confeccionada con lana virgen de oveja blanca, cubrió el delicado cuerpo del muchacho que con sigilo se despedía para siempre de sus andanzas aunque en su mente estaría eterno su remembranza.


Los doncellos no se abrazaron simplemente clavaron sus ojos grandes sobre la hermosa silueta que logro formarse debajo de la palma de coco que estaba sembrada muy cerca a los laureles que alguien había sembrado cambiando de lugar la semilla que habían traído de una montaña alta. El viaje sería de 24 horas por autopistas y caminos destartalados. Él se imaginaba la aventura como nidos entre galaxias y para siempre como muerte de ruiseñor gigante. Se sentó cómodamente en la parte delantera del automotor como para no clavar la vista en la cruel despedida y se puso un sombrero sobre su cabeza para disimular que lloraba gotas de sangre al separarse. Su corazón quedo partido y se entrecruzaron los sentimientos. No pudo resistir componer una nota con algunas penas y creyó aumentar su memoria para no olvidar cada golondrina.



¡Todo está listo dijo quién iba al volante! Las llantas del campero se movieron como docena de caballos con sus jinetes que giran sobre la pradera desconocida tejiendo una danza. No hubo música al instante porque había dentro de los corazones una melodía que irradiaba melancolía como para idiotizar al intrépido que había aceptado el viaje por las críticas que surgieron después de haber encontrado algunas cartas y secretos. El ave gigante y tierna alzo vuelo entre los espesos matorrales y precipicios que estaban al lado y lado de la autopista con sus sobresaltados árboles y bosques que aún existen. La retirada fue cruel y desde ese instante jamás se volverían a ver y la usencia seria de por vida.


Sus aliados nunca lo alcanzarían, el vuelo del cóndor lo llevaría a nuevos parajes sin musgos ni aguas cristalinas de esas quebradas donde jugaron en aquellos días para disimular que nadando escondían las picardías y los amoríos que todos guardaban queriendo repetir a cada instante sus caricias. Los adultos se hacían los inocentes para poder esclavizar a los infantes que aun obedecían las contradictorias normas de la farsa social que habían montado. Todos llevaban doble vida, eran tan hipócritas que iban a un raído templo que ni siquiera tenía puerta de santidad. Durante el viaje guardo silencio, cerró por varias horas sus ojos para imaginar que era un sueño o una mentira la odisea que estaba viviendo por no tener la edad para independizarse ni el coraje para enfrentar a quienes conducían la enseñanza aprendizaje de la mentira. Cada minuto el vehículo aumentaba la velocidad, el intrépido conductor que iba al volante creía ir sobre una nave invencible olvidando que las maquinas también traicionan a quienes creen que están sobre la verdad.



Por fin recordó besos y abrazos que aún estaban tibios sobre su armonía y una sonrisa burlesca aclaro el medio día cuando quien manejaba el automotor dijo que era hora del almuerzo. El joven bajo del carro lentamente, se paró junto a los abetos que estaban como floreros adornando el paisaje que lucía la temporada, lanzo un suspiro silencioso para no herir el corazón partido y en sollozo, ingreso al recinto para decir que no tenía hambre. La hermosa mesera lo miro de frente, le sonrió exclamando que en la cocina tenía algo fresco para ofrecerle, le mostro la carta que el no quiso leer porque sus deseos estaban en la distancia. La hermosa niña le siguió insistiendo pero sus oídos estaban sordos, las caderas de la doncella no lo hicieron responder al apetito y simplemente le dijo que le diera un vaso con agua mientras escogía el reemplazo. Acepto comer una vianda que traía consigo como para imaginarse que otros estaban con él. El conductor de nuevo insistió que debían continuar el viaje, su mirada estuvo fija al contrario de la vía, creyó ver muy cerca a esa realidad que abandonaba a quien logro esclarecer la duda y poner un lirio de oro sobre el girasol dormido que despertó aceptando la realidad que nada tiene que ver con pensamientos de ilusos filósofos.


Dos horas más tarde lloro en silencio, sus lágrimas fueron secadas por el recuerdo y un pañuelo invisible guardo los restos que aún permanecen húmedos bajo un brillante sol que no logro calentar la dorada tela. Su llanto estremeció el minuto mientras los segundos seguían atormentando la despedida. Al entrar la noche llegaron por fin a la casona que sería su nueva morada. El saludo en medio de la tristeza a quienes lo abrazaban como un desconocido, sin saber estaba a doce horas de distancia de aquel primer recorrido. El edecán de la nueva familia le dijo que allí a casi once horas de distancia, esperaban que se quedara varios años, para empezar una nueva odisea entre los estudios y el silencio de un pueblo que solo las campanas rompían con el sigilo porque no había intrépidos en los parques ni laureles en las esquinas.


El frio amenazaba la alegría lesionando la fiesta sin temporada. En su primera noche escribió un verso con suspiros, al mirar el reloj en la pared comprendió que no había dormido. Las imágenes llegaban arrullando la soledad que sintió en sus venas, pensó que no debía haber nacido. La matrona lo fue a llamar al llegar la nueva mañana y traía en sus manos un mapa para que conociera la sabana. Su estómago solo sentía sed de otra cosa menos de agua y su corazón palpitaba de agonía en su pena. Tres días duraron sus lágrimas, varios meses sus suspiros y todo el tiempo quiso volver a su plantío. No fue fácil acostumbrase a lo cotidiano de ese pueblo ni a los blancuzcos salones que se pintaban para conocer la limpieza de la paredes y los mismos paralizaron sus coqueteos porque no hubo una nueva brisa ni vientos que hicieran mover las hojas adolescentes que saltaban dentro para poder regresar a la conquista de sus añoranzas.


A los cuatro años regreso con su diploma a la hacienda de sus lirios, camino aquellos parajes contemplando los claveles que aun brotaban sin necesidad de cultivo. No encontró los arrendajos que acostumbraban a pararse sobre las acacias y escucho un fino sonido del turpial que alimento en sus ratos de ocio y rutina. Sus padres le mostraron el nuevo rumbo con varios tiquetes para viajar fuera de la nación de origen para especializarse al gusto de su progenitor que se creía propietario aun de las decisiones de su hijo.



No acepto consejos de sus viejos, cambio la rutina por una nueva y gran ciudad al conocer que los aliados del pasado allí ya no estaban, sus amores habían tomado otros rumbos a nuevas tierras. Busco entre los recuerdos, por última vez lloro sus fantasías para un final que se hizo cruel como despedida con la luna. Tuvo que conformarse con observar algunas fotografías que guardaban los otros críos. Sus amigos y compinches de infancia también lejos habían partido. Nunca más se volvieron a ver, aun las comunicaciones estaban en cavernas oscuras. Los adultos eran expertos en mentir y montaban cada día una nueva farsa que el desprecio al salir de nuevo de ese paraje para nunca volver y dejo todo en su memoria pero en el olvido. 

lunes, 14 de febrero de 2011

CUCARACHAS TREPADORAS

Con dificultad intelectual y problemas en su locomoción, las feas y horribles animalitas, lograron ingresar a una escuelita primaria, en donde aprendieron a leer y escribir, con algo de geografía y matemáticas básicas. Con ayuda de expertos cucarachos provenientes de los verdosos cafetales vulcanizados, las crías organizaron bandas de músicos y orquestas baratas, que las hicieron aparecer famosas en ciudades planas y movieron su débil esqueleto, compitiendo con abejorros de la montaña y sabana. En masa se matricularon en colegios de bachillerato y escalaron la nefasta cuesta de los cucarrones de los tubérculos como plaga.

Una a una se fue perfilando candidata universitaria y al cabo de 20 años consecutivos, recibieron diplomas, estandartes y cartones, que fueron colocados en paredes de sus cavernas y en vallas publicitarias de sus cuevas, elaboradas por ratas que habían llegado de las ciénagas cercanas y que se habían escapado de las cárceles vetustas de los grillos de monte alto. Las débiles, se hicieron famosas y movieron su cadera cerca a las cuevas de moscos, recién llegados de la fosa de los cuervos y lograron conquistar a los asquerosos especímenes con ojos de monstruos de las oscuras profundidades.


La mezcla y el cruce de las dos especies animalescas, produjo como milagro una nueva raza de cucarachas alborotadas, que las llevó a debutar en cantinas nacionales con coronas reales, recibidas en otras plazas, en donde se confeccionaban con siliconas artificiales para los remiendos, los excesos de patas y jetas inventadas. Se dejaron llevar a otros sitios internacionales, al tratar con blancas abejorras que lucían prendas exclusivas de hadas secuestradas de la selva encantada.


Los grillos habían elaborado cosméticos y cremas, para maquillar sus cueros, senos y caras. Ellas aprovecharon el estudio de la química y se protegieron con ácidos camaleónicos, que las hicieron brillar, escondiendo sus patas, mañas y alas. Quedando muy parecidas a otras especies, que habían nacido en otras planicies, entre cambuches y chozas dentro de la jungla clasificada.


Los primeros cucarachos fueron sus huevos paridos en calles, avenidas y antros de cemento, que se habían construido lustros atrás entre pobreza, miseria, hambre y debajo de puentes ancianos de madera, que dejaron otros cucarachos invasores de territorios en donde el robo y sicariato era el pan de cada día en las jornadas. Las nuevas cucarachas crías llegaron con cadera pequeña y algo de derrier, como para mostrar encantos y siluetas recortadas. Sus críos también se miraron en espejos del contaminado rio y se dieron cuenta que sus glúteos eran algo parecidos a sus paisanas y que podían negociar, conquistando a los abejorros que en manada llegaban como turistas en busca de amadas cucarachas y amados cucarachos, entre romances y machucantes por nada.


Aparecieron rectangulares papeles perfectos y dorados, como si el adelanto superara a esos de mejor morada. La escuela se convirtió en fábricas clandestinas de falsificaciones y los periódicos de los grillos, regaron la noticia, que los clonados habían logrado superar el talento de los tramposos grillos con sus hierros. Entre rejas y alcantarillas, hicieron maquinas reproductoras de plásticos modernos, que volaron a otras naciones como si los científicos abejorros se hubieran detenido en el ocaso de la calzada.


Las autopistas de los buitres se llenaron de papeles verdes y con ellos compraron suntuosos vehículos, que se transportaban de la selva grisácea de los monos imperiales, a las cuevas de esas que poco a poco fueron conociendo el mármol y las lociones no putrefactas. Los reinados, fiestas, corridas y carnavales, al lado de matanzas lubricadas, llenaron las reuniones y las pandillas cucarachadas tenían sexo en todos los rincones, aumentando la población y convirtiendo las estepas en pistas nocturnas y desenfrenos de calzones y pantalones almidonados.


Los cucarachos inflaron sus alas y quisieron volar más alto que los abejorros marrones, que estaban gobernando los negocios desde otros horizontes y las ametralladoras llegaron recortadas a los salones de los grillos y la bala no pudo ser negociada. Grupos de cucarachos y grillos se disputaron los ilícitos y todos querían agarrar la mejor tajada. Todos en revuelta, morían en restaurantes, hoteles y hasta en moteles amancebados como novilladas. Los cuerpos aparecían como si la fiesta estuviera también enlutada. Hubo guerra sin cuartel en campo abierto y los genes inyectados enloquecieron a cucarachos y cucarachas idiotizadas.


Desde varias esquinas las balas se cruzaban y al lado de los picaros, morían otros sin sazón ni cebada. El fuego de los perversos aumentó la tragedia y las casas y edificios de los necios cucarrones, fueron devorados por llamas doradas. Los hospitales de los mariapalitos no alcanzaron para solucionar las heridas y en grupo desaparecían como tormenta olvidada. Los zánganos cucarachos habían aprendido a fabricar bombas y armas sofisticadas. Las empezaron a usar y murieron muchas y muchos, que estaban en contra de las clonadas. Como mercancía barata o jugo de tierra colada, alcanzaron a desaparecer los lideres entre carreteras amuralladas.


El orgullo y vanidad de las hembras, las hizo renovar sus ladrillos. Allí llegaron los murciélagos para devorar los virus y engendros, que estaban apostados como finos remedios. No hubo lugar para los muertos y en grupo de 100 en 100, se metían bajo tierra, quedando la desolación en las pobres que nunca habían poseído nada. Los descendientes que caminaban raro como novias alborotadas, escondieron sus apetitos, metiendo sus gustos entre armarios construidos con musgos y sin ninguna risotada.


Las cocinas cucarachadas, dejaron de oír chismes y calumnias, en donde de todo el mundo se rajaba y criticaba. Era costumbre no sostener nada. Empezaron a tomar conciencia que no se puede llegar lejos cuando la naturaleza es baja. Los mansos abejorros amarillos, guardaron sus espermas y no dejaron que sus semillas fueran clonadas. No volvieron a nacer cucarachas mixtas. La tierra y naturaleza les clavo una gran jugada. Todas salieron huyendo de la planicie encantada. Con cajas y bultos de desperdicios, atravesaron la jornada. Llegaron a Cuatro Esquinas y descansaron de sus huevos como pena enajenada.


Los pocos ancianos cucarachos y las pocas cucarachas viejas, se las ingeniaron para buscar ayuda y tuvieron que acudir a los científicos abejorros morados borrachos, que habían arribado al lugar del nororiente lejano. Tuvieron que empeñar sus alhajas de oro y plata para costear los servicios de la investigación genética de la nueva raza cucarachada. Uno de los estudiosos morados logró dar con el chiste y recomendó sacar los genes clonados de los animalitos y dejarlas como eran antes de la fiesta y del orgullo, que también había hecho su agosto por las calles carnavaladas.


La ciencia de los morados abejorros les preparó una pócima que debían tomar en proporciones iguales, las unas y los unos, para regresar a su pasado rastrero de cuevas y cavernas estiercoladas. La disciplina y simplicidad acompañó cada bebida entre llantos y sonrojos. A medida que la consumían iban cambiando el color de sus ojos, el cascaron y las patas. Dejaron de volar alto y perdieron el gusto y olfato por las cosas exquisitas de ciudades y junglas ensortijadas. Jamás volvieron a caminar y borraron de sus lentas mentes, las pasarelas, reinados, fiestas, carnavales, comilonas y francachelas.


Los otros animales involucionados, las vieron marchar en grupo y caravanas, como quien sale huyendo por el disparo de los grillos apestosos clonados. La pócima les hizo cambiar de silueta. Nuevamente entre gris y negro sus escasas alas, lucían como naturales sin jabones de nácar o perfumes sin gracia.


Grabaron para su futuro que tampoco sería eterno, la frase que las hizo diferentes ahora entre multitudes diversas, por el efecto del arco iris que se forma cuando pasan tempestades sin exageraciones ni suntuosidades: Es mejor ser una cucaracha verdadera que tener que imitar a las águilas en su vuelo y agilidad, o tratar de caminar con la elegancia de leones, tigres y sin querer ser nunca pantera perfumada.

martes, 8 de febrero de 2011

MOSCAS VOLADORAS

Por Leomas

Las moscas eran originarias de un lugar gobernado por ratas apestosas, con carranchil madrugador. Los ministros gobernantes de especies y familias diversas, entre comejenes, pulgas, niguas, garrapatas, chinches, piojos, gusanos, cafres, alacranes, escorpiones y víboras. Los decretos presidenciales para desintegrarlas y desaparecerlas, hicieron fumigar con tóxicos y ácidos, cada uno de los cambuches, espacios y potreros, donde vivían con huevos y crías. Ningún químico pudo con ellas para matarlas. Su naturaleza las hizo inmunes a las otras maldades y perversiones, que de sus congéneres habían heredado. Ni siquiera tenían modales para escupir sus propias diarreas y vómitos. Ellas transportaban en sus patas ciertas defensas, que repelían cualquier ataque con pequeñas alas y cilios blindados como locomotoras de magos y brujos.


Se las ingeniaron para sobrevivir usando alcantarillas, cuevas, huecos de grandes raíces, tumbas desocupadas y fosas comunes, escondidas aun en batallones de perros y lobos voraces. Algunas de ellas con sus cascarones y familias, se camuflaron con disfraces hechos por murciélagos europeos, para vivir incógnitas debajo de alas de indefensas aves, que las transportaban muy cerca a las oficinas de funcionarios, mercaderes, mercenarios y otros cruzados ratones comerciantes de harinas procesadas en la selva de los zorros, zorrillos, leones, tigres, hipopótamos, elefantes y panteras. Lograron contagiar de picardías novelescas a inocentes animalitos de la montaña plana encantada.


Muchas veces las sabandijas se metieron en tazas y vasos, de diplomáticos gorilas, cuando estos calmaban la sed o el hambre, con jugos de frutas que usurpaban a hormigas, que eran las únicas que trabajaban labores del campo y en plantaciones de hortalizas, legumbres y granos. Varios de sus hijos resultaron con diplomas que falsificaban en las calles de azules y rojos abejorros, y que exhibían con cinismo y prepotencia en los consultorios que sus antepasados habían construido para aparecer como doctores y científicos de altas alcurnias inventadas. Las mosquitas y mosquitos descendientes, eran feos y grotescos animalitos, expertos en negocios ilícitos y astutos para redactar leyes y reglas, que sometían a otros seres galácticos, con artimañas ventajosas. Algunos de sus parientes, habían ido al exterior de sus propias fronteras, para aprender otras mañas y costumbres, que se hicieron comunes en pueblos y caseríos del extenso y complicado territorio.


La doctoritis fue causa de escándalo, al comprobar que en las entrevistas, ninguna de las enmascaradas respondía los interrogantes. Afirmaban simplemente que se les había olvidado hasta la dirección del inmueble en donde ellas se habían especializado. Los jueces eran cucarachos mezclados y clonados con sangre de blancos abejorros, y de gusanos monos voladores. Las más listas se habían hecho escoltar por peligrosos grillos armados, que habían sido entrenados por extranjeros transportados en cajas de madera desde el norte y oriente. El gobierno lanzó un nuevo panfleto para desintegrar a las moscas definitivamente y dio órdenes por debajo de la mesa, para masacrar a gansos y patos, que eran defensores de la vida de todas las especies vivientes aun de las malvadas y dañinas sanguijuelas.


El ministro de gobierno planeó matar también a las avispas que eran criaturas inteligentes y castas. Estas pensaban a favor de la región entre sur y norte. Las mas intrépidas de las avispas, murieron lentamente con ráfagas de pistolas, revólveres, fusiles y ametralladoras, disparadas en las mismas edificaciones en donde ellas procesaban un especial alimento, que servía para mantener con comida fresca, al 90% de la población animal y que en forma abusiva, se exportaba a otros países pero nunca conocieron a donde iban a parar dinero y ganancias.


Los gobernantes se aliaron con zánganos y sancudos venenosos, para asesinar a toros, mulas y gatos. Estos eran espías de los mismos animales armados provenientes de naciones que fabricaban bombas y artefactos dañinos y peligrosos para el vuelo. Las avispas se alborotaron en su ingenio, y enviaron sendas cartas a los gobiernos vecinos buscando protección para ellas y sus familias. Las moscas tenían zapos con alas postizas como espías, para saber el quehacer de otros y otras. Una mañana de abril se enteraron de los audaces planes de esas que realmente volaban.


Moscas, patos, gansos, caballos, hormigas, cucarachas, zapos, gallinas y avispas, se confundieron cuando se dio entrada a los lugares de refugio con sendos documentos y nuevas cedulas identificadas. Las malandras moscas, fueron astutas y volaron debajo de las alas de palomas, turpiales, gavilanes, gaviotas, águilas y hasta dentro de plumas de golondrinas y otros pájaros que inocentemente las llevaron sin contratiempo. Algunas lograron falsificar sus pasaportes, haciéndose pasar por lideres comunitarios o ciudadanos animalescos honestos, que fueron pisoteados en sus derechos.


Las moscas inflaron sus buches y lograron pasar con tranquilidad varias de las fronteras vecinas, con sus cajas y ollas, y otras alcabalas de países amigos y solidarios con las avispas, patos y gansos. Allá en los potreros de otros territorios, pusieron sus huevos y se multiplicaron tanto, que los lagartos que gobernaban otras naciones, se vieron obligados a cerrar sus fronteras y construyeron rejas amuralladas. Varias de las hembras se aparearon con famosos abejorros, blancos, negros y amarillos. Nacieron nuevas especies de moscas y su naturaleza se hizo más peligrosa que sus ancestros en los nuevos territorios extranjeros.


Una aguja falsa de oro, confeccionó nuevos trajes a mezclados y clonados. Estos recibieron clases de glamur y etiqueta, bajo las orientaciones de escuálidos marinos, que nadaban raros, y se nutrían con sobrantes de peces espada. Las moscas refugiadas se inventaron historias de familias e hicieron creer, que ellas eran profesionales de alta envergadura y que debían tener trato igual al que recibían los diplomáticos chimpancés que habían sobresalido en oratoria, teatro y canto.


Cambiaron su abolengo y oscura estirpe, con cuentos de reyes, emperatrices, príncipes y personajes sobresalientes de la selva alcalinizada que nunca existieron. Algunas hasta se atrevieron a decir que eran hijas, de duendes y que tenían poder para hacerse invisibles y viajar a otras dimensiones con un sexto sentido para la tele génesis. Otras daban recetas y pócimas para el amor o fórmulas para la eterna juventud, que aun hoy en día no lo han logrado experimentar, los castos curíes que son los más estudiosos del sexo, entre todas las especies de la loca jungla.


Una tarde mientras las moscas ponían sus huevos en las cuevas improvisadas de las nuevas ciudades, explotó un tanque que almacenada un raro combustible gasóleo y que rápidamente se extendió por todos los puntos cardinales del continente alargado. Los primeros en morir fueron los moscos machos que estaban sobre los tejados de finas enredaderas y que se hicieron vistosos sobre elegantes orquídeas lisonjeras. Luego el gas apestoso, avivó la fuerza del mar y del viento, y aparecieron inundaciones y huracanes que barrieron las cuevas, y los hoyos en donde dormían esas que nunca habían trabajado, con sus formulas e incubadoras necias.


El mar sacó a la superficie los huevos con las madres moscas muertas. Los buitres almorzaron como nunca, con un manjar que esos creyeron exquisito. Aquello que no pudo los tóxicos, lo terminaron los cuervos más jóvenes como alimento para su futuro. El espectáculo era semejante a danza de prostíbulo barato de los gallos. El gas siguió su recorrido por el aire de sur a norte y poco a poco fue exterminando a todas las moscas aun a las cruzadas con abejorros blancos. Las pobres moscas morían sin derecho a un funeral común porque los chulos también estaban en aumento.


La tragedia fue mayor al cruzar el tóxico por encima de un terminal nuclear de lombrices muertas. Las dos fuentes se mezclaron y el terror se apoderó de oriente y occidente. Las moscas empezaron a morir en sus otras cuevas al otro lado del mar del conflicto amoroso de los abejorros grises. Nadie se daba cuenta del episodio porque los gobernantes con sus grillos armados, y anófeles voladores armados, trataban de frenar la macabra odisea de la muerte y desintegración hasta de cultivos lícitos.


Las aguas de los ríos y mares empezaron a ver cuerpos inertes de otros animales y gobernantes sobre su superficie. El aroma nauseabundo que deja la descomposición natural, hizo tétrica cada mañana con su tarde. Las noches se convirtieron en apestosas con sus aromas putrefactos sin rosas ni claveles. Los ríos se desbordaron, aumentando la desolación en los plantíos y barrios amurallados de los murciélagos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Silencio y Despedida

Por Leomas

Llegó noviembre y las notas estaban listas para cerrar el año académico que había pasado tan rápido como gacela herida. La profesora de Ingles estaba sentada sobre una escaño que miraba al parque muy cerca a los arbustos que se apostaron en cada una de las esquinas del paisaje. El muchacho observaba piernas y cintura de la dama, desde uno de los salones en un tercer piso del viejo edificio que hizo de claustro y aprendizaje. Estaba erguido como asta de bandera y sabía que debía emprender un nuevo viaje a estudios superiores. Varias golondrinas danzaban en círculo y se vieron gaviotas revoloteando el aire del inmueble vecino. Otras aves estuvieron cerca de la escena recreando metáforas y cuentos, entre rincones y líneas que se truncan sin orden. Por fin entre lo cotidiano aparecieron lágrimas que no se veían porque los dos estaban arropados por un muro contradictorio, que no dejaba divisar cada corazón que clamaba amor pero que edades avanzadas truncaban acercarse.

El 5 de diciembre se iluminaron las luces del salón principal como arbolito de navidad y todos leyeron la frase: “Bienvenidos Nuevos Bachilleres”. Los organizadores estuvieron listos en la noche para dar el toque final de clausura con canciones, oratorias y poemas, que estremecieron corazones y penas. Los jóvenes en fila india entraron como leyenda para ocupar las primeras sillas, que en forma simétrica se habían instalado por expertos que desconocieron el rose de los atractivos y miradas. Ella quedó como esfinge frente a los ojos del enamorado que no sabia como empezar un verso para expresar un amor que llegó desde un febrero hacia dos lustros. La jornada dramatizada terminó silenciosa bajo lágrimas y despedidas. Los dos se encontraron en la puerta del amplio campanario que llamaba a clases aun en los días lluviosos y con tormenta.

La maestra lo miró fijamente y quiso felicitarlo por la etapa que culminaba el hermoso doncello, que lucia ojos de azabache y cabello ensortijado como uno de los dioses inventados por los griegos. El joven simplemente sonrió y trato de decirle con su mirada que la amaba y que estaba dispuesto a quedarse. Ninguno de los dos dijo nada entre las risas de otros que saludaban para nunca más encontrarse. Se alejaron en medio de tristezas y angustias de muerte que golpearon los pechos y dejaron recuerdos que atormentan los besos. 20 años tenía el torbellino y ella cargaba con 35 orquídeas en su traje. Los dos sintieron una helada brisa que bajaba de uno de los montes que rodeaban el hermoso lugar y hubo escalofrío en los cuerpos vivientes. Algo extraño salió del centro de la tierra como grito desgarrador que puso a todos con los “pelos de punta”.

La vieja doncella corrió hacia una de las puertas del armatoste que daba a la rectoría de la institución y dejo caer su cartera sobre secas hojas. El joven trató de caminar y tropezó con ella muy cerca a uno de los escalones que bajaba al subterráneo en donde estaban ubicados los laboratorios de física y química. Guardaron silencio mientras la luz del extenso pueblo se apagó ofreciendo un espectáculo como cementerio de pobre y mantel de preso. Quedaron bajo la sombra de una oscuridad aterradora. Muy cerca se escucharon gritos, gemidos y lamentos como si un carnaval de angustia hubiera organizado los perversos. De nuevo el frio de la noche penetró en los huesos de los asustados pueblerinos que creían haber vivido toda su vida dentro de una gran ciudad y se sentían de las mejores familias de alcurnias y abolengos mentirosos.

A las 8.45 de la noche de nuevo la tierra se desesperó y se movió creando un fuerte terremoto que lanzo a la pareja directamente sobre las vitrinas que guardaban los tubos de ensayo, cajas de petri, químicos y cada uno de los cachivaches que se usan para clamar que se hace ciencia. Quedaron abrazados del impacto mientras la esfera terrestre se seguía agitando como mar de agosto sobre el Océano Pacifico. Ella le dijo al chico al oído que estaba asustada y que temía que la edificación se les viniera encima. El la tranquilizó y le hizo saber que su cuerpo estaba intacto. La besó bajo la sombra oscura que salía de un postigo que miraba a los pisos altos.

A las 9.00 de la noche fueron testigos del peor de los terremotos que azotaron a los ciudadanos en el último siglo. Las paredes del inmueble quedaron todas en el suelo y las escaleras se desbarataron como cajas de naipes jugadas por borrachos en cantina de tablas. El suelo asustó en cada movimiento a los involucionados arrogantes y orgullosos. Los dos se olvidaron del suceso y se declararon el amor guardado sin reparar el quejido de los caprichosos. Siguieron los besos y muchas caricias cuando los minutos y horas acrecentaron los muertos. Afuera los gritos continuaron en forma desgarradora mientras la gigante montaña empezó a moverse tragándose de paso las casuchas de los campesinos y varios ranchos que se habían construido como nidos de cucarachas y hormigas.

De nuevo la tierra hizo sentir su poder y lanzó otro fuerte sismo que hizo salir al rio de su cause lanzando sus aguas sobre la planicie de los ignorantes. Las casas volaron sobre la autopista y los ladrillos empezaron a enterrarse como regresando a su origen natural. Fuera y dentro todo se movía como hoja que lleva el viento y parecía el momento a un montaje publicitario de los anónimos. A la 1.00 de la mañana del siguiente día aun seguían abrazados con otros besos. La tierra volvió a temblar y un pedazo de concreto cayó sobre la cabeza del joven. El muchacho murió en brazos de ella mientras la luna de los enamorados empezaba a retirarse lejos del horizonte de los prados.

El agua entró por las rendijas del espacio que había servido de escaleras durante 50 años. Ella sintió que su cuerpo empezó a subir y que flotaba sobre la humedad que se hizo ciénaga en un instante. Lentamente los dos cuerpos salieron abrazados quedando sobre lo que fue la portería del colegio y en un espacio vacio como en vez de concreto hubiera vivido allí el barro. Tan fuertes estaban unidos los dos como si un albañil los hubiera pegado con cemento del Olimpo con magia de otros dioses. Ella se dio cuenta que el amor de su vida no respiraba y que algo había truncado el idilio que la dejó esperar varios años a su estudiante preferido. El tanque de gas del laboratorio sirvió de balsa y logró sacarlos a la superficie. Ella tocó el frio cilindro de metal debajo de su cuerpo y entró en convulsión bajo la cúspide de soledades escarpadas del silencio.

La madrugada estuvo tétrica y moribunda. La sombra de la noche aun fresca aumentó el desespero de quienes habían quedado vivos a la intemperie y sobre aguas contaminadas que se habían mezclado con las de la montana. Las paredes de las edificaciones se convirtieron en polvo y lodo. A lo lejos se escucharon sirenas y gritos angustiosos de pobladores y visitantes. Los helicópteros llegaron a las 6.00 de la mañana con hombres armados a bordo y pequeñas cajas con primeros auxilios y algunos remedios. Allí estaba ella abrazando a su amado inerte como mellizos en gestación. Lograron soltarla de los brazos del adolescente y la subieron con dificultades a una improvisada camilla de lona. Su pierna derecha estaba partida en tres partes y su brazo izquierdo se había quebrado en dos porciones iguales. Se le notó un pedazo de cristal de vidrio clavado detrás de su espalda como espada. Ella había perdido parte de su cuero cabelludo y tenia sangre regada por todo su cuerpo como encajes que dejan las brisas sobre los viejos troncos.

A los 7 días de estar hospitalizada regresó del coma traumático y abrió sus ojos como luz de diamantes robados. Lo primero que hizo fue preguntar por su amado estudiante. Estaban allí algunos compañeros de labores y los padres del mancebo que lloraban como nenas cuando extravían sus muñecas. Querían saber cómo fueron las últimas horas del estudioso. La mujer entró en llanto mientras la madre del chico le confesó a la educadora que su hijo la amaba desde hacia mucho tiempo. Ella lo sabía y nunca dijo nada porque siempre creyó que los jóvenes no debían mirar a las amapolas cuando empiezan a perder su brillo y figura. La maestra narró su amor por el mozo y perdió la vergüenza lanzando los últimos pétalos al viento con sus libros. Otros estudiantes entraron con rosas y claveles que hizo resplandecer aun a los cisnes de murano que estaban allí como adornos en las repisas.

El médico de turno habló delante de todos en el acto con voz sonora como locutor autodidacta: -Mujer estas embarazada y debes cuidarte-. Ella miro por la ventana y vio nuevas las casas y los edificios. El doctor le dijo de nuevo: -Estas en la ciudad capital-. Lágrimas y congojas llegaron al lado de alegrías de quienes aprendieron a perder el miedo a raras costumbres de poetas y locos. Los meses pasaron al lado de otros que se convirtieron en años que aumentaron como la distancia. La dama no regresó a las aulas de clases ni al poblado que continuó con chismes, habladurías y falsas tertulias. Nació su hijo bello y muy parecido al amor de su vida, como si una perla blanca se hubiera incrustado dentro de un brillante negro azabache. Ella bajó la mirada contemplando la figura del niño. -Eres mi terremoto le dijo-. Hoy la maestra esta pensionada y vive rodeada de los hijos de su hijo, de su hijo y de la esposa del hijo que la adora. Jamás volvió a enamorarse y se refugio entre poemas y narraciones de otras galaxias. El muchacho fue el único amor que entró en su alma aunque lo aceptó aquel día, dentro del temblor de tierra en la tragedia como defensa.

sábado, 23 de octubre de 2010

Sospechas legales e Ironías ilegales

Por Leomas

Uno a uno fue desapareciendo entre soles, estrellas y barras, que lucían disciplinas y gritaban consignas vomitadas por escuelas que sembraron maldades en las mentes desde el norte con medallas falsas de honor y miserias de ciudad. Como gelatina sin azúcar y aromáticas sin sobre, los mancebos eran llevados en camiones bajo engaño y propuestas laborales con remuneraciones que sólo la mafia criolla estaba acostumbrada a pagar a los sicarios del caporal. Entre jefes y mandos medios todos eran desalmados, llevaban mala cara y sus rostros como para remedio infernal. Aunque caminaban masculinos se les notaba algo raro en su apetito, apretando sus glúteos entre sus calzones transparentes de seda e hilo fino dental. Ellos robaban de cuarteles el mercado que iba a nutrir a soldados que incautos cambiaron su destino por disparos de muerte que arrebataron la vida a connacionales, a otros que de pueblos fronterizos observaban y varios cayeron bajo el anonimato de la voz de un malandro capitán.


Con orden presidencial se metieron en barriadas y comunas aparentando salud y servicio social. Con mañas engañaron a inocentes que pasaban sin trabajo al azar por aquellas cosas de hablar con extraños sin reparar las brazas que llevan ciertas siluetas entre sus huesos que no dejan de sonar. Lograron destruir la vida en casuchas, canchas, parques, ramadas y en antros del chaparral. Una voz en el camino que profetizaba, logró decirles el año exacto que a todos los psicópatas enjuiciarían y la fecha con pelos y señales de partida a la otra vida que llama sin disparar. A hermosos doncellos seleccionaban para aparentar valentía y musculatura que aumentaban con trajes camuflados y con botas infladas de perversidad. Sólo eran vagos de doble vida que arremetían contra la justicia, verdad y paz. Las armas los hicieron aparecer como lideres de calles y cantinas que aun los torcidos no querían conocer ni ensayar. A sangre infame los mataban con rifles y ametralladoras y los enterraban bajo tierra para que el delito se pudiera ocultar.

Uno de ellos se rebeló contra la mentira y comentó bajo la estera de uno que buscaba pareja y que las faldas habían dejado pasar porque su naturaleza no le dejaba mirar esas curvas que enloquecen a quienes más tarde creen tener santidad. Bajo escombros lograron enterrar a varios citadinos incluyendo a enfermos que no podían usar sus manos y a otros que estaban atrasados y que la mente no los dejaba pensar. El sol y la luna esperaron varios meses para ver el rechazo y protesta de la población mundana que no podía pensar. La tierra quiso ver en las calles a grupos humanos denunciando a los asesinos militares y a sus cómplices en cada lugar. Nada sucedió y hubo silencio sepulcral de los moradores y legisladores hasta en la capital. Todos estaban cobijados por la maldad y corrupción del coronel chandosal. Ellos, hijas e hijos, habían bebido agua contaminada que bajaba de los sangrientos uniformes y habían alquilado con el dinero de la mafia la construcción del piso de mármol por donde pasaron varios de los cadáveres con delantal.

El viento tuvo algo de paciencia y guardó su fuerza debajo de las cavernas que deja la nieve en la montaña testigo de la muerte y mal. La lluvia recogió su velo para no herir las manifestaciones y lamentos que creyó ver con la desesperación de sabios e ignorantes que tejían orgullo y vanidad. No hubo nadie en la contienda que dijera del maltrato a la vida, desintegración de los nefastos y cobro justo a los delitos aún en navidad. Todas y todos estaban ocupados en francachelas, comilonas, orgias, parrandas y en otras deliberaciones sin son ni sal. Algunos citadinos sólo tenían tiempo para organizar carnavales, reinados, murgas y miserables campeonatos, que dejan orines putrefactos sobre el matorral. Primero vino el granizo que golpeó sus calles y terrazas y dejó sin techo a los dementes que se creían propietarios hasta del fusil que cegó la vida en el cigüeñal. Luego incendios que no pudieron detener en las esquinas y sobre las montañas que rodeaban el bonito lugar. Mas tarde después de un lustro, un terremoto destruyo las casas de bandidos y oficinas donde se tejió la crueldad y epidemia que los hizo correr como gacelas a otros planos donde los mató un vendaval.

La montana se enfureció a las 7 de la noche y salieron aguas subterráneas que barrieron las guarniciones y llegaron a limpiar las sienes de quienes comandaban las bandas de asesinos que en fila se les vio lejos del cuartel y dentro de un diario malandro y jornal. Los muros de cemento se cayeron como melcocha sobre barro y los puentes se desbarataron como circo y maltrecho morral. El gigante sol escondió su brillo y la luna fue silenciada por una nube oscura que dejó el segundo y tercer chamuscal. En la madrugada hubo un nuevo temblor de tierra que destruyó el edificio alto de las mañas y la casaquinta del propietario del desorden y crueldad. Entrando la mañana un tercer movimiento lanzó al piso las paredes coloniales en donde se planearon las barbaries y se violaron los valores que practicaron aborígenes y unos blancos despistados sin coeficiente lograron pisotear dejando un muladar.

Había otro hombre frente a la silla putrefacta y su antecesor estaba de visita en una quinta que se acercaba al cristalino mar. Juntos fueron arrastrados por la corriente de un rio que otrora fue pieza clave de navíos, que la industria explotadora logró destruir y mermar hasta su caudal. Los hijos que viajaban en helicóptero fueron barridos por el aire y al suelo de los desarropados con cicatrices de sangre fueron a parar. Allí moribundos quisieron escriturar a testaferros las propiedades robadas pero el juez contratado también fue lanzado por el fuerte viento como estiércol de corral. Las paredes de las cárceles quedaron destruidas y los presos que injustamente purgaban penas salieron ilesos a la libertad del penal. La justicia de la tierra también cobró a los ilegales las matanzas, secuestros y a todos los barrió del triste semental. En la jungla el agua destruyo cada cambuche y ahogó a los otros facinerosos que también hicieron daño creyendo que la vida humana era de retal. A otros falsos grupos militares fueron alcanzados por los vientos, quedaron enterrados bajo arenas y piedras cerca a la selva que había brillado con majestad. Los incendios llegaron a los juzgados y los mentirosos documentos se convirtieron en ceniza, baba y lodazal. Abogados y leguleyos murieron con sus familias descuartizados por los tornados que pasaron por casas y oficinas sin hablar.

Cinco días de lluvias y fuertes heladas, azotaron la plaza principal con sus ciudades circunvecinas y cada potrero se inundó de par en par. Una a una de las avenidas fue convertida en chicha, remolino, grisáceo panal y basural. Hubo polvo y ceniza entremezclado con azufre que salió de una empresa que procesaba ciertos aromas que los delincuentes lograron saborear. Se salvaron cucarachas y ratones que dormían debajo de las raíces, con hormigas y gusanos atravesaron la frontera y buscaron un mejor lugar. 15 días de tragedia barrió la arena de las calles y los bultos de basura se corrieron a la oficina del contralor y del fiscal. Por fin asomaron los políticos que estaban asustados como gallinas frente a zorros que consumen carne como cuatreros sin pagar. Ninguno tuvo ideas para agilizar la limpieza y guardaron silencio recorrido, el mismo que habían usado cuando la tragedia macabra estuvo dirigida por un inepto y cruel General.

La tierra devolvió cuerpos y cadáveres que años atrás habían escondido bajo la tierra húmeda y poco a poco la gente iba identificando las mandíbulas que salían de las tumbas como si el tiempo las hubiera hecho resucitar. Las fosas quedaron vacías sobre las rocas abriendo cada nombre de citadinas y citadinos asesinados, y que estaban esparcidos entre maleza y la sal, junto a muchos cuerpos de inocentes campesinos que también fueron masacrados con moto sierras y fusiles infectados de azufre y contaminada cal. Al caer el nuevo año la política y el sistema de gobierno quedó en manos de un nuevo grupo salido entre los invisibles que otrora hizo bulla sin igual entre otros desaparecidos, que fueron fumigados a quemarropa aun dentro del hospital. Una dama entre las multitudes estaba al frente del destino y con lista en mano llamó a los culpables, a quienes aun vivían entre la mugre y granizal. Por fin los asesinos y corruptos tradicionales abandonaron las parcelas y rincones, y los limones no dieron fruto para ayudar y aclarar el horror bajo un tenebroso huracán. De nuevo pobres y marginados tomaron tierras, cultivos y plantaciones, y consiguieron prosperidad con cierto miedo al regreso de quienes salieron huyendo lejos a otros planos en la tempestad.

Uno de los hijos que fue afectado por el asesinato y masacre de sus padres, fue nombrado por la hembra, ministro de gobierno y los colores del pasado fueron borrados del mapa y de la geografía popular como aviso sobre playa de enamorado fugaz. Se derrumbaron estatuas de perversos, rezanderos y sanguinarios, que habían usurpado los espacios en las veredas y en la misma ciudad. Las esfinges e historias de los rectos empezaron a tejer nuevos derroteros y hubo calma sin ron y ni un solo festival. El tiempo esta cerca pero aun falta que llegue el 12, para que todos sepan que por fin la paz anhelada llegará sin tanta alharaca y como roca se quedará pero la misma se debe cuidar y custodiar. Lo excelso es anhelado aun por quienes pisotean la justicia y dignidad.

jueves, 14 de octubre de 2010

Sola entre espinas arrugadas

Por Leomas

En noviembre recibió claveles y se sintió una diosa. En diciembre le llevaron flores y se creyó muy hermosa. Llegó enero con carnavales y sólo bailo con otros por caprichosa. Entre las risas de mayo y junio, danzo descalza y aunque triste, algo dichosa. En octubre ramos brillantes de tulipanes y algunos lirios de dulce lino, mostraron cielos con melodías entre yeguas, matorrales y celos pero no divinos.



El joven que la seducía, bello, esbelto y buen galopante, a dos kilómetros de distancia vivía solo y sin amante. Sus padres adoptivos muy entrados en edad, estaban en fosas comunes porque no hubo ni para el pan. Un rancho de latas y cajas era su única guarida pero con plantaciones de coco, hortalizas, frutas, legumbres y vida.


Rosales, gladiolos y margaritas rodeaban al fuerte mancebo, claveles, lirios, tulipanes y flores en forma natural, estaban en los potreros con belleza sin igual. Su estancia no era gigante y algunos animales de cría, lo hacían ilusionar con hogar hacia una mejor vida. Lo más precioso que tenia, era un caballo de paso fino, con adornos y figuras que habían llegado desde el ocaso de las tierras de don Lino.


La estatura del jovenzuelo lo hacían galán de cine y su perfil citadino como si fuera un potro salvaje. Perlas eran sus dientes y labios de fresco sauce, lo hacían parecer a cuentos que nunca perecen sin aire. Estaba allí algo triste rodeado de pobreza, también de gente mezquina, de guayabos y cerezas. Al pueblo no habían llegado las cuestionadas costumbres sino las rectas y curvas hubieran tejido pesadumbre.


Todos los fines de semana después de largas jornadas, iba al caserío cercano para ver a su escogida amada. Ninguna lo miraba porque todas veían telenovelas, de esas que idiotizan aun a la misma escuela. Los productos los vendía en una plaza de miseria pero el alcalde del pueblo afirmaba que era la mejor en varias tierras. La casona de la esquina era su preferida y allí dejaba sus rosas y también sus ilusiones perdidas.


La bella estaba ocupada en otras cosas de mundo moderno y trataba de ganar al hijo del millonario Facundo mostrándole los senos y también haciendo turno. Sus compañeras la invitaban a reuniones, cantos y charlas, de vez en cuando un suspiro estremecía su cuerpo con ganas. Todas en coro hicieron gracia y se sintieron las mas hermosas. Entre murmullos y finas cremas, se dijo algo del sexo fuerte, mientras espejos y discusiones, llegaron lejos con nuevos lujos. Leyeron versos de amor maduro y varios chistes de nuevas salas. Entre risas y contradicciones, algunos vinos de los rincones planearon viajes y vacaciones.


Llegó a la puerta de su morada, ramos de rosas cada tres días y serenatas en los balcones que tejen sueños y nuevas vidas. Un ramillete de flores rojas con varias notas lanzó un suspiro y entre las rejas de la mansión murieron pétalos con buen retiro. Anillos nuevos mueven sus manos y varias joyas entre regalos. Ella los mira por vanidosa y aun cree realmente ser diosa, lanza un grito con desespero y cree que debe ser esposa de uno que le de riquezas y que no le maltrate los senos.


Su enamorado la espera afuera y ella se esconde entre cortinas, mientras la brisa de madrugada lleva al mozuelo a una cantina. Allí él disfruta de algunos besos de una chica sin experiencia y bailan juntos con las cervezas que lanzan piedras a los castillos y enderezan a desmanes y tristezas que no traen lujo. Caderas finas aquí se esconden dijo con ganas el campesino, orquídeas frescas que en la sabana he visto al aire y cerca a varios pinos.


Los años pasan como en molienda y aun persiste el beso rubio y dorado, lanzando perlas y esmeraldas sin la respuesta del mundo orgullo. Nuevas penas y amarguras lo llevan a ser un varón vagabundo. La mujer que se cree elegante sigue volando buscando amigas y ciertos refugios. Entonces piensa el gran muchacho en tomar un nuevo rumbo y declara amor eterno a la mujer que baila con ganas y que en esas madrugadas lo arrulla como dama. El no regresa a los desprecios y se olvida de los insultos. Ella ama a los otros y deprecia a los pobres que no regalan oro ni lujo.


Llegó febrero de un nuevo año y hay jinetes que marchan juntos, llegaron novios con risas frescas muy de mañana era domingo. Hubo fiesta como en la feria y todos ríen al buen marido. Gozan, saltan y bailan juntos aumentando el buen consumo. Llegan poetas y escritores a contemplar el mejor idilio. Hasta los policías del pueblo que no habían ido al burdel, saben que esas caderas son de diosa y también de oropel.


Y entre las mujeres pueblerinas hay chismes y comentarios. Se dice afuera que un potro joven se ha casado dentro de un establo. Todas critican y siempre ríen pero están solas, amargadas y sin quien las cuide. Ahora cambian de estrategia y dicen que ellos son tontos y que escogen entre las cosas la peor con historiales de uso y pocas moralejas. La bella que no es esbelta lanza al aire cantos y notas y hace saber que la suerte a ella no importa ni le vale.


En septiembre arribó un carruaje que trajo a un hombre de traje fino. Hay una dama que mira lejos como buscando diamantes y bellos lirios. Hablaron poco porque en sus manos traían un mapa señalando un solo camino. Vienen en busca de una doncella que habían perdido por el destino y por las señas creen ahora que ella se ha casado con un pobre campesino. La prensa amarilla logró regar la noticia, de una mujer prostituta y sin nombre, que embrujó a un pobre diablo y buen iluso. Los ineptos periodistas lanzaron pedradas grotescas a las mujeres que se casan por estar enamoradas pero la misma y cruel noticia desenredo la madeja.


La caravana trae hombres que cuidan a la pareja y llevan armas y carabinas porque es una tierra de buen peligro, de muchas espinas y disputas viejas. Son policías de alto gobierno que llegan fuertes haciendo ruido. Traen consignas y documentos para aclarar ese nuevo lio. Todos están sonrientes y han caminado por el valle del inmenso rio. Ven lejos a la distancia una casucha destartalada que hace sombra a un bello sol escondido y en donde se ven las ramadas.


Salen mirlas cantando alegres de los plantíos y sobre los grandes frutos hay azulejos que lanzan cantos junto a un coro de aves salvajes que se unen en un solo ritmo. Hay nueva fiesta entre turpiales y un chupaflor hace temblar de risa al medio día con néctar de buen paladar y aleteo fresco hacia un nuevo panal. El caballo joven del buen esposo ve a los lejos un gran gentío y piensa que algo raro está pasando o que él está dormido. Regresa rápido al rancho pobre con cierta duda de estar soñando y entrega flores a su belleza que esta juiciosa cuidando al hijo.


Desde el potrero de los arbustos, un teniente lanzó un fuerte grito y dijo saber que el buen muchacho se robó una joya y buen partido. Hemos venido a clarificar un rumor del viento y un asunto que arreglar porque chismes se han tejido. El mozo no entendió aquellas palabras y miró fijo a los desconocidos y sólo dijo: Yo soy pobre y lo más valioso que poseo es una flor que entre los lirios cambió mi vida y ahora me ha dado un hermoso y bello niño que llegó con manantial a mi pecho sufrido.


Bajó la dama en hora buena y miró al joven con acertijo y lloró lágrimas con emociones que nadie entiende porque no hubo frio. Su cara es bella señora mía dice angustiado el jornalero, hay algo en su mirada que pone a todos entre el suspenso de buen comensal con anhelo. Mientras tanto la bella esposa sale en busca de su delirio y siente algo raro entre sus entrañas y cree estar de nuevo esperando otro hijo.


Estamos aquí entre los sucesos y venimos en busca de algo perdido. Hace 29 años una bella niña mientras viajábamos en un navío, fue arrebatada por huracanes que junto a vientos del mar bravío, hundió la nave cerca a la playa y se extraviaron muchos niños. En la misma confusión, la odisea dejo muertos y heridos pero algunos afirmaban en los hospitales, recordar que varios habían nadado hasta las orillas de la playa encima de troncos heridos. Hay relatos de padres adoptivos que se escuchan en salones y reuniones de la arrogante sociedad, que en el buque no encontraron las pequeñas embarcaciones que se usan para salvar y remar.


Mi esposa dice mientras duerme palabras lindas y buen arrullo. Al otro día no recuerda lo que ella siempre exclama entre dormida y despierta del zumbo. Nombra a mamá Clara y a un tal Don Samudio, dice que ellos son sus padres y que trabajan con telas y algodones e hilos finos. Ella mayor tres años de este pobre hombre que esta feliz porque vio nacer a su primer y hermoso hijo. Yo estoy asustado y creo que es locura por el martirio que tuvo, sus sesos pueden estar tejiendo mal de augurio.


Esta bella esposa mía fue violentada por hombres, damas miserables y por el mismo destino de no poseer un apellido. Hoy vive aquí sin tener riquezas bajo este amado que agradece tener esta fortuna que llegó como manjar caído del ancho velo a esta casa que renació como si fuera un embrujo. La primavera ha sacado flores que están en todos los caminos y aquí se escuchan canciones que llegan con éxtasis a este corazón que estuvo muy adolorido.


Y tu muchacho de donde eres y quien te trajo a este mundo dijo Don Samudio. Vivo aquí mis 29 años. Soy un solitario y estaba indefenso sin rumbo. Mis padres me recogieron de una playa del ancho rio y ellos afirmaban que me rodeaban maletas y varios bultos. Ellos me criaron porque estaba perdido debajo de las tablas de un barquito hundido. Estaban viejos y hoy sus cuerpos están aquí en esta parcela pero ya no tienen frio. No tengo estudio eso es muy cierto. En estas tierras nos desprecian pero me gusta hacer navíos. Somos muy pobres y los profesores del caserío nunca me recibieron porque no tengo ni registro.


Muchacho bello, ella es mi esposa Doña Clara y yo soy Don Samudio. Ella su esposa es nuestra hija y hoy es la esposa de ti y llegas como uno de mis hijos. Te has ganado una bella rosa y ella es pura y así serán tus hijos. Tú eres hijo de un gran hombre y él es el fabricante de los modernos navíos. Tu padre vive al igual que tu madre con mansiones, empresas y extrañando al hermoso perdido. Enseguida avisamos por banda ancha y banda corta que viaja con nosotros el sistema, por los nuevos inventos y dicen que por los científicos.


El jefe de los militares saco un radio de buen estilo y llamó a otra parte dando nuevas noticias e informaciones de los hechos del naufragio que fue suceso del último siglo. Mientras los padres de la muchacha abrazaban a los tres como verdaderos hijos. A la parcela llegaron todos los amigos, vecinos y campesinos. Trajeron guitarras, tambores, ollas y se armo un gran día festivo hasta con arpa, maracas y mozos con sus tríos. Algunos estaban tristes porque el trabajador de la choza ya no volvería a cultivar mas lirios.


Sobre al aire del firmamento tres helicópteros hacen gala como buenos padrinos y el ruido de sus motores despertó a los citadinos que se creían de plaza gigante y de linajes encendidos. Bajaron los vehículos como remolino en busca de otro de los hijos perdidos. Un hombre alto bien parecido es el primero en asomar el cuerpo bajo los vientos que deja la potencia y el mismo ruido. Una dama de sonrisa bella también llega bajo los círculos del viento en busca de su primer hijo.


No hay duda dice la chica los dos son muy parecidos. Hay carpas improvisadas y comidas para todos los vecinos. La nueva gente trae consigo hasta políticos, periódicos y periodistas que jamás allí habían ido. La orgullosa se enteró a la hora del suceso y fue en busca del joven que durante varios años le regalo rosas y perfumados lirios. Ella le negó los besos y también hasta el saludo porque su enamorado no tenía buen apellido y nada de lujos.


El caballero al verla le dijo de esta comarca siempre las cortaba pero ahora todas son para mi esposa y también para mi hijo. No te preocupes, te he perdonado cada desprecio y hoy no tengo nada en contra de tu destino. Mire a quien encontré que feliz me ha dado un chico. Ahora tengo una familia muy numerosa y sin saber hasta mis verdaderos padres han aparecido. Tengo nuevos planes y un nuevo brillo. Pronto todos nos iremos de donde nunca debíamos haber salido. Te regalo esta parcela para que recuerdes las flores y los versos que te lancé adolorido.


La pareja dejó la finca y se alejaron para siempre del caserío. Hoy la ventana esta muy sola y las cortinas de la orgullosa se han destruido. La dama aunque es juez del pueblo de vez en cuando camina hasta el viejo plantío. Ella mira las flores y tulipanes y aun esta sin marido. Sabe que sus arrugas no llegan solas, lo mismo que los buenos fríos. La plaza de mercado ya no vende rosas porque el turpial dejo solo a los plantíos. Hay vagancia en los muchachos entre el viejo gentío.


Cada atardecer lanza un grito la dama envejecida y piensa que sus varones se fueron al mundo perdido. Mis ilusiones fueron de paso y no aprendí a plantar como mi enamorado amor campesino. Sola piensa la dama elegante con los años que la han envejecido. Es demasiado tiempo que no aparece ni siquiera un mirlo. Mira hacia el horizonte a ver si por lo menos ve un ancianito perdido.

jueves, 7 de octubre de 2010

PRIMAVERAL Y ANTES DE NAVIDAD

Por Leomas

Recuerdas que había mariposas sobre el firmamento de aquellos hermosos potreros que vieron correr siluetas entre árboles testigos de los primeros besos. Hubo música con melodías entretejidas de reclamos en el primer atardecer. Ellos danzaron inocentes con aquellos tambores que dieron vida a quien mas tarde seria testigo del romance que nunca envejeció. Era jueves de trueque y juegos. Los campesinos alistaban canastos y costales mientras los protectores creían que se perderían debajo de las piedras del rio cristalino del paisaje y sobre los frescos musgos que se habían apostado en los caminos. El tiempo no se detuvo sobre los rostros de quienes sembraban historias de soñadores. La seguridad y los guardias de la hacienda fueron en busca de los dos hermosos cuerpos que saltaban como chispas de fogatas encendidas. Sintieron pasos de caballos galopando sobre la hierba húmeda y jinetes que gritaban como soldados al aire del compinche de la luna.


Hubo desconfianza de los jóvenes entre los intrépidos obreros que cumplieron órdenes a quien le prohibirían acercar la libido a la orilla de la quebrada. La anciana mujer de la cocina dijo haber visto muy cerca al visitante debajo de la acacia y sobre la roca gris que los llenó de lozanía y éxtasis en cada sollozo con abrazos. Solo la risa pudo calmar la tristeza de quienes creyeron cerca un secuestro. La noche no dejó conciliar el sueño a los inexpertos. Los juveniles tejidos musculosos se acercaron como fina red de hilos dorados irrompibles hasta el amanecer aun entrando el sol de la nueva mañana. No hubo cenizas almidonadas sobre las rocas.

Aquel ruiseñor estuvo muy cerca al arrendajo prendido de silbidos y cantos. Miedo sintieron de cada caricia que salía como relámpago de nube para lanzar chispas de diamantes y perlas, que parecían como dentadura fresca y descontaminada del ruido de la metrópoli de donde se habían transportado. La sonrisa aun ilumina la galaxia con los hermosos dientes que hicieron tejidos brillantes y remolinos sonoros al paso de corrientes celestes que llegaron nuevas para la añoranza. Aun llora la partida de ese medio día cuando el tren los regresó al cotidiano trajín de temporada y los lanzó sobre arbustos envejecidos por la tristeza de las tunas y bisontes. El profesor de matemática dijo que el lirio había llegado diferente esa semana al caer sobre las sillas ciertas flores amarillas de una hermosa enredadera que quiso denunciar que algo corría debajo de la calzada y sobre el ventanal que mostraba alegría de venas y arterias como en las mejores subastas.

De nuevo llegó el fin de semana casi que retrasando las horas de los paseantes. El reloj les ayudó a construir risas que rompieron el silencio del mundo desconocido. La casa sobre la planicie campesina gritó de algarabía al ver llegar de nuevo a quien empezaba la jornada sin aventura. Algo muy fuerte recorrió cada milímetro de carne y sobre los huesos. No hubo maestro para entender eso que estremecieron las dos siluetas. El mayordomo los condujo al establo para luego salir a trote sobre el cenizo y el azabache. Los dos juntos parecían volar por el aire como locos enamorados que tejen aromas y perfumes de añeja primavera. Construyeron un futuro en menos de una hora y se vieron en la cúspide de la montana a donde sus parientes no querían regresar por miedo a otro tipo de conflicto. Los caballos unían sus lomos al galope con la brisa y las manos se juntaron como tormenta de agosto en cada molienda. El anciano responsable del cuidado expresó que debía ir una de las yeguas en el próximo recorrido sobre la sabana para no alterar brisas y vientos que bajaban como relámpagos sobre los arrayanes.

Siempre que hay fiesta alguien interrumpe el idilio de los audaces como si magias grises aterrizaran sobre calzadas y desiertos. El pedazo de metal saltó por el aire debajo de los cascos de la yegua rojiza y pegó el impacto sobre la hermosa ceja que se había tejido con filamentos de zafiros y finos arbustos del selvático roble. Cayó sobre la piel sangre fresca y rozagante que asustó al de los besos. En suspenso logró pensar en la defensa. Uno de los cuerpos rodó sobre la pradera mientras el otro vio como tenue y encanto su amor como lava de volcán en un instante revolcarse sobre el césped. El caballo frenó en contravía dejando ver la fuerza de cada brazo. Creyó ver un cadáver en el suelo pero era mentira porque un beso despertó al moribundo enamorado que saltó adolorido como sombra.

Regresaron con sangre en sus trajes de nuevo a las plantaciones que estaban esparcidas entre cítricos y mangos. Los trabajadores se asustaron y se armaron porque temían a la chusma que acostumbraba a robar el ganado y escogían a los terneros que crecían entre las ramadas. Desde entonces los asesinatos estaban entre los indefensos. Las balas aparecían como luz y sombra cada instante. No fue grave pero era de cuidado cualquier ruido extraño. Al llegar la noche el rio sirvió para transportar en un pequeño barco destartalado al enfermo que huyó de la inexperiencia en brazos de un amor que empezaba con paso de león rugiente. Fue afortunado porque a su lado estuvo quien veló aun hasta la camisa que había cambiado de color entre escarlata y verde.

Es cierto que se amaron y no hubo sino un solo romance como de película fantasiosa. Se impregnaron los amantes de valentía y dejaron que sus fuerzas se fusionaran en secreto con las tardes. Besos que se multiplicaron cada día y caricias que estuvieron cerca en cada noche con encajes que llegaban entre quejidos, besos y apretones de los dioses. Nadie supo porque hubo peligro de parte y parte. Jamás se separaron entre la vida, las ansias y la muerte. Crecieron juntos como los arrayanes cerca a las cementeras con flores y sauces.

La familia se interpuso entre los dos al saber que dos razas distintas no debían amarse y menos de diferentes clases. Hubo tristeza al saber que al millonario lo sacarían de la nación para evitar roces con el torbellino que se formó alrededor de cada pétalo y gladiolo. Los adultos creyeron que era la mejor solución para truncar las caricias y los golpes de la brisa sobre aquellas curvas que dejaban los eucaliptos con cada sombra a su paso. Los dos no aceptaron decisiones erradas de los envidiosos. Salieron huyendo y corrieron a otra ciudad lejana de la urbe que los recibió con encanto sobre los parques. Se refugiaron trabajando en nuevas aventuras mientras se seguían adorando. No hablaron de amores y cerraron sus secretos con los claveles del lejano monte. Simplemente sin prisa se quisieron entre sigilos y remansos. Como rubíes brillaron cuando el sol salía. Hubo esmeraldas entre las sonrisas de cada noche.

Cinco años duro el perfecto romance entre los vientos huracanados con nuevas junglas. Se alejaron de su gente y de sus pueblos. Estaban siempre juntos como trenzas amarradas y libres como aves de la selva. Aun eran muy jóvenes pero aprendieron a quererse. Los otros se imaginaban que eran una sola familia con quienes compartían los cristales y las luces. La belleza permaneció en ellos como ángeles que no envejecen. Un fuerte amor entre todos los amores hizo clarear aun los anocheceres. En cada minuto nunca faltaron los besos. La noche era un nuevo amanecer de éxtasis y sueños, dejando caer roció sobre telas que humedecían hasta los laureles de la autopista con sus lirios.

La empresa llamó para decirle que el amor de su vida estaba en el hospital agonizante varias horas. Su intrépido tigre se había desmayado al caer la tarde del ocaso sobre las baldosas del laboratorio. Le dijeron que estaba silencioso sobre una cama de tejidos transparentes. Que no hablaba. Corrió como potro y voló como águila en busca de su amante y vida. No fue fácil verlo tendido entre aparatos y lámparas que se apagan en minutos. Allí estuvo sobre los bordados su media naranja como si fuera una pesadilla. El médico simplemente dijo: “hace tres horas está así y no respira”. Lo tomó por la cintura y frente a todos le declaró su amor eterno sin contratiempo. Aun sus manos estaban tibias. Lo besó con suave ternura como la vez primera. Guardó silencio y metió su deseo dentro de una nube azulosa que aun recorre cada día todo su cuerpo.

También quiso matarse. Sin llorar pensó que había algo sobre los claveles que nunca iba a entender aun entre las orquídeas. Las rosas se marchitaron desde entonces y los perfumes se evaporaron al lugar de mansiones gelatinosas. Por fin lágrimas pesadas rodaron por sus mejillas mientras los padres llegaron para presentar nuevos suspiros entre la tragedia. Metió cada beso dentro de mudo nicho. Guardó con cerrojo de oro el crisol que no había envejecido desde aquel amanecer. Luego lanzó un pequeño grito aterciopelado que estremeció la tristeza de los arrendajos. Hoy es de madrugada. El conserva la risa de su romance como el encaje de su camisa. Tiene el corazón partido y sangra con gotas reemplazando cada lágrima. Lo ve llegar en sueños y permanece solo desde entonces esperando un nuevo encuentro. Dice que en cada madrugada hay una risa fresca y placentera que lo transporta a contemplar los mismos besos.

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