jueves, 7 de octubre de 2010

PRIMAVERAL Y ANTES DE NAVIDAD

Por Leomas

Recuerdas que había mariposas sobre el firmamento de aquellos hermosos potreros que vieron correr siluetas entre árboles testigos de los primeros besos. Hubo música con melodías entretejidas de reclamos en el primer atardecer. Ellos danzaron inocentes con aquellos tambores que dieron vida a quien mas tarde seria testigo del romance que nunca envejeció. Era jueves de trueque y juegos. Los campesinos alistaban canastos y costales mientras los protectores creían que se perderían debajo de las piedras del rio cristalino del paisaje y sobre los frescos musgos que se habían apostado en los caminos. El tiempo no se detuvo sobre los rostros de quienes sembraban historias de soñadores. La seguridad y los guardias de la hacienda fueron en busca de los dos hermosos cuerpos que saltaban como chispas de fogatas encendidas. Sintieron pasos de caballos galopando sobre la hierba húmeda y jinetes que gritaban como soldados al aire del compinche de la luna.


Hubo desconfianza de los jóvenes entre los intrépidos obreros que cumplieron órdenes a quien le prohibirían acercar la libido a la orilla de la quebrada. La anciana mujer de la cocina dijo haber visto muy cerca al visitante debajo de la acacia y sobre la roca gris que los llenó de lozanía y éxtasis en cada sollozo con abrazos. Solo la risa pudo calmar la tristeza de quienes creyeron cerca un secuestro. La noche no dejó conciliar el sueño a los inexpertos. Los juveniles tejidos musculosos se acercaron como fina red de hilos dorados irrompibles hasta el amanecer aun entrando el sol de la nueva mañana. No hubo cenizas almidonadas sobre las rocas.

Aquel ruiseñor estuvo muy cerca al arrendajo prendido de silbidos y cantos. Miedo sintieron de cada caricia que salía como relámpago de nube para lanzar chispas de diamantes y perlas, que parecían como dentadura fresca y descontaminada del ruido de la metrópoli de donde se habían transportado. La sonrisa aun ilumina la galaxia con los hermosos dientes que hicieron tejidos brillantes y remolinos sonoros al paso de corrientes celestes que llegaron nuevas para la añoranza. Aun llora la partida de ese medio día cuando el tren los regresó al cotidiano trajín de temporada y los lanzó sobre arbustos envejecidos por la tristeza de las tunas y bisontes. El profesor de matemática dijo que el lirio había llegado diferente esa semana al caer sobre las sillas ciertas flores amarillas de una hermosa enredadera que quiso denunciar que algo corría debajo de la calzada y sobre el ventanal que mostraba alegría de venas y arterias como en las mejores subastas.

De nuevo llegó el fin de semana casi que retrasando las horas de los paseantes. El reloj les ayudó a construir risas que rompieron el silencio del mundo desconocido. La casa sobre la planicie campesina gritó de algarabía al ver llegar de nuevo a quien empezaba la jornada sin aventura. Algo muy fuerte recorrió cada milímetro de carne y sobre los huesos. No hubo maestro para entender eso que estremecieron las dos siluetas. El mayordomo los condujo al establo para luego salir a trote sobre el cenizo y el azabache. Los dos juntos parecían volar por el aire como locos enamorados que tejen aromas y perfumes de añeja primavera. Construyeron un futuro en menos de una hora y se vieron en la cúspide de la montana a donde sus parientes no querían regresar por miedo a otro tipo de conflicto. Los caballos unían sus lomos al galope con la brisa y las manos se juntaron como tormenta de agosto en cada molienda. El anciano responsable del cuidado expresó que debía ir una de las yeguas en el próximo recorrido sobre la sabana para no alterar brisas y vientos que bajaban como relámpagos sobre los arrayanes.

Siempre que hay fiesta alguien interrumpe el idilio de los audaces como si magias grises aterrizaran sobre calzadas y desiertos. El pedazo de metal saltó por el aire debajo de los cascos de la yegua rojiza y pegó el impacto sobre la hermosa ceja que se había tejido con filamentos de zafiros y finos arbustos del selvático roble. Cayó sobre la piel sangre fresca y rozagante que asustó al de los besos. En suspenso logró pensar en la defensa. Uno de los cuerpos rodó sobre la pradera mientras el otro vio como tenue y encanto su amor como lava de volcán en un instante revolcarse sobre el césped. El caballo frenó en contravía dejando ver la fuerza de cada brazo. Creyó ver un cadáver en el suelo pero era mentira porque un beso despertó al moribundo enamorado que saltó adolorido como sombra.

Regresaron con sangre en sus trajes de nuevo a las plantaciones que estaban esparcidas entre cítricos y mangos. Los trabajadores se asustaron y se armaron porque temían a la chusma que acostumbraba a robar el ganado y escogían a los terneros que crecían entre las ramadas. Desde entonces los asesinatos estaban entre los indefensos. Las balas aparecían como luz y sombra cada instante. No fue grave pero era de cuidado cualquier ruido extraño. Al llegar la noche el rio sirvió para transportar en un pequeño barco destartalado al enfermo que huyó de la inexperiencia en brazos de un amor que empezaba con paso de león rugiente. Fue afortunado porque a su lado estuvo quien veló aun hasta la camisa que había cambiado de color entre escarlata y verde.

Es cierto que se amaron y no hubo sino un solo romance como de película fantasiosa. Se impregnaron los amantes de valentía y dejaron que sus fuerzas se fusionaran en secreto con las tardes. Besos que se multiplicaron cada día y caricias que estuvieron cerca en cada noche con encajes que llegaban entre quejidos, besos y apretones de los dioses. Nadie supo porque hubo peligro de parte y parte. Jamás se separaron entre la vida, las ansias y la muerte. Crecieron juntos como los arrayanes cerca a las cementeras con flores y sauces.

La familia se interpuso entre los dos al saber que dos razas distintas no debían amarse y menos de diferentes clases. Hubo tristeza al saber que al millonario lo sacarían de la nación para evitar roces con el torbellino que se formó alrededor de cada pétalo y gladiolo. Los adultos creyeron que era la mejor solución para truncar las caricias y los golpes de la brisa sobre aquellas curvas que dejaban los eucaliptos con cada sombra a su paso. Los dos no aceptaron decisiones erradas de los envidiosos. Salieron huyendo y corrieron a otra ciudad lejana de la urbe que los recibió con encanto sobre los parques. Se refugiaron trabajando en nuevas aventuras mientras se seguían adorando. No hablaron de amores y cerraron sus secretos con los claveles del lejano monte. Simplemente sin prisa se quisieron entre sigilos y remansos. Como rubíes brillaron cuando el sol salía. Hubo esmeraldas entre las sonrisas de cada noche.

Cinco años duro el perfecto romance entre los vientos huracanados con nuevas junglas. Se alejaron de su gente y de sus pueblos. Estaban siempre juntos como trenzas amarradas y libres como aves de la selva. Aun eran muy jóvenes pero aprendieron a quererse. Los otros se imaginaban que eran una sola familia con quienes compartían los cristales y las luces. La belleza permaneció en ellos como ángeles que no envejecen. Un fuerte amor entre todos los amores hizo clarear aun los anocheceres. En cada minuto nunca faltaron los besos. La noche era un nuevo amanecer de éxtasis y sueños, dejando caer roció sobre telas que humedecían hasta los laureles de la autopista con sus lirios.

La empresa llamó para decirle que el amor de su vida estaba en el hospital agonizante varias horas. Su intrépido tigre se había desmayado al caer la tarde del ocaso sobre las baldosas del laboratorio. Le dijeron que estaba silencioso sobre una cama de tejidos transparentes. Que no hablaba. Corrió como potro y voló como águila en busca de su amante y vida. No fue fácil verlo tendido entre aparatos y lámparas que se apagan en minutos. Allí estuvo sobre los bordados su media naranja como si fuera una pesadilla. El médico simplemente dijo: “hace tres horas está así y no respira”. Lo tomó por la cintura y frente a todos le declaró su amor eterno sin contratiempo. Aun sus manos estaban tibias. Lo besó con suave ternura como la vez primera. Guardó silencio y metió su deseo dentro de una nube azulosa que aun recorre cada día todo su cuerpo.

También quiso matarse. Sin llorar pensó que había algo sobre los claveles que nunca iba a entender aun entre las orquídeas. Las rosas se marchitaron desde entonces y los perfumes se evaporaron al lugar de mansiones gelatinosas. Por fin lágrimas pesadas rodaron por sus mejillas mientras los padres llegaron para presentar nuevos suspiros entre la tragedia. Metió cada beso dentro de mudo nicho. Guardó con cerrojo de oro el crisol que no había envejecido desde aquel amanecer. Luego lanzó un pequeño grito aterciopelado que estremeció la tristeza de los arrendajos. Hoy es de madrugada. El conserva la risa de su romance como el encaje de su camisa. Tiene el corazón partido y sangra con gotas reemplazando cada lágrima. Lo ve llegar en sueños y permanece solo desde entonces esperando un nuevo encuentro. Dice que en cada madrugada hay una risa fresca y placentera que lo transporta a contemplar los mismos besos.

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