viernes, 13 de febrero de 2009

DESDE NIÑO ME ACOMPAÑAN LAS MULAS


Antes de nacer, mis padres se movieron de una ciudad metropolitana, a un pequeño pueblo llamado Puerto Nare. Ubicado sobre la imponente cordillera del Departamento de Antioquia, dentro de la República de Colombia. Nuestra casa vivienda comandaba una extensa región llamada “La Sierra” y sobre el terreno, una hacienda en donde los labriegos cultivaban yuca, plátano, maíz, cítricos, piña y una que otra fruta montañera. El ganado, cabras, cerdos, perros, gatos y ovejas, escasamente asomaban la cabeza sobre la gran roca color grís que ha dado uno de los mejores minerales que usa América Latina en la construcción de sus casas, chozas, cambuches, ranchos, carreteras, puentes y edificios. La vista paisajística aunque trágica, es hermosa como para los enamorados de siempre. “Cementos Nare” perdió a muchos de sus trabajadores que caían al vacio, estrellándose sus cuerpos contra las gigantes piedras y trozos de roca, que estaban en forma natural a la vera del camino y muy cerca a la represa de agua que daba electricidad a unos pocos. Viudas, viudos y huérfanos lloraban sobre los cadáveres de sus progenitores, mientras la empresa giraba cheques irrisorios en cada accidente a los dolientes de los obreros.

Mi madre gustaba de las delicias y comidas exquisitas que se preparaban en las tres ciudades mas importantes del país: Queso, yogurt, galletas, mermeladas, jugos, cremas, enlatados, ropa, emparedados, revistas, periódicos y golosinas, pasaron muchas veces el peligro del lugar custodiados y ceñidos al lomo de los asnos de la historia. Los contactos y los mismos miembros de la familia materna, los enviaban con horario inglés a flete de emperador. Todo nos llegaba sobre los burros. El cartero tenía entre sus aliados a las mulas. Ellas cargaban un cajón hermético que les permitía, cumplir ‘honradamente’ al gobierno postal, con las encomiendas del ayer. Las mulas tenían sobre su figura el bulto de cartas, la comunicación, mensajes y paquetes. Aún no existía ni en sueños el Internet. Había pobreza en la mente de los hombres y no alcanzaron a tejer una autopista. Los ricos mezquinos y miserables, caminaban como moribundos sin zapatos en sus labores. Los citadinos siempre eran mirados por los pobladores del lugar, como si llegaran de otro planeta. Con cierto desprecio y discriminación. El orgullo estaba allí entre los dos bandos. La hermosa raza negra humana, no era aceptada por los mulatos, mixtos y zambos. Todos de cierta manera se sentían de raza blanca. No admitían que sus ancestros traían la semilla mezclada con la real vida.

Mulas, yeguas, burros y burras, eran los mejores amigos y vehículos. No se habían construido carreteras. Cada camino era una trocha que producía vómito observarlas. Las yeguas y los caballos eran exquisitos. Se rebelaban para atravesar la faena. Varias mulas y asnos cayeron con carga al precipicio. Otras se devolvían con sus aperos sin llegar a cumplir la tarea. Mi madre tuvo dolores de parto un 17 de Diciembre a las 10 de la mañana. Tres trabajadores en compañía de mi padre y dos empleadas, la amarraron a lomo de burro y con un cinto en su cadera y otro en su espalda, fue ligada a una fuerte mula vieja, que la llevó segura hasta pasar el peligro de la terrible montaña. Así ella llegó al único hospital de la región en donde sólo atendían a quien tuvieran dinero y prestigio. Ningún ciudadano del común denominador era admitido dentro a no ser que mostrara joyas o algo de valor o que por el apellido le dijeran “Don”. La solidaridad desde entonces estaba empezando a desaparecer de la zona.

El día permitió que este terrícola llegara al mundo a la 1.00 de la tarde en una cama con sábanas blancas y limpias de ese centro hospitalario. No todos los niños eran tratados de la misma manera. “Ironías de la vida y contradicciones del mundo moderno”, dice el poeta para no morir de tedio. Tres enfermeras y un médico procedente para la ocasión de la ciudad capital de nombre Leonardo, atendieron con lujo de detalles el parto y recibieron su pago. Por eso afirmo sin equivocarme: Siempre desde niño me acompañan las mulas. Ellas me transportaron con seguridad desde antes de nacer.

Las mulas han estado cerca a mi vida y a mis reflexiones. Hoy recuerdo la historia que reza: “Al niño de Belén también las mulas lo siguieron desde el pesebre y una de ellas cuidó y calentó su lecho que hizo de pobre cuna”. Un inteligente pelafustán ha dicho en los últimos días: “Las mulas están también en Internet”. Hoy le digo que también algunas nos leen y nos utilizan para sus cargas. No tenemos la culpa que la civilización no haya llegado a todos los lugares y que aún le recarguemos el trabajo a las inocentes mulas.

Algunos varones y mujeres han entendido que hay que ayudarle a las mulas en sus cargas. No podemos seguir usando a las mulas para llevar nuestras responsabilidades. El Internet es solo una herramienta de comunicación no le debemos tener miedo. Se debe apoyar con amor el trabajo de los asnos y del mismo ganado caballar. Las mulas se deben defender. No se les debe someter a “ciertas labores” que arruina el futuro adulto de los varones adolescentes.

Las naciones civilizadas y desarrolladas usan el Internet para todo. Quien no pone en Internet su programa o negocio está por fuera de la comunicación. Los mismos que critican el uso del Internet, hoy tienen una página virtual en la autopista del sistema. También es cierto que hay unas que producen interrogantes. Hoy soy muy agradecido con esas primeras mulas que cuidaron a mi progenitora. Las cartas de agradecimiento las podemos enviar hoy en burro. No hay problema. El ser agradecido sobresale aunque sea usando el sistema caballar.

Mi padre decía: “Hijo tenga cuidado porque es mas peligroso el cuervo que el tigre. Usted siempre debe cuidar de mulas y asnos. Esas y esos como el perro son los mejores amigos. Superan al mortal humano hasta con las cargas de oro en las que se les pueden confiar”.

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